lunes, 30 de noviembre de 2009

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Mi irreverencia estalló. Estalló aún más rápido que la escritura de un verso surrealista. Estalló, y dejó una mancha transparente en mi pubis. Ahora mis piernas se escurren a la orilla de tus pies, con ganas de subir y ahogarte todo el cuerpo.

Ya basta de mi vagina coqueta y púdica, ésta que quemaste con miradas y roces tácitos. Pero esos tus muslos como alas de ave apresurada. Atraparte. Escuchar la caída vehemente de tus pájaros en picada sobre mi entrepierna húmeda. Quiero leer la directriz de tu erección marcando tu orgasmo; morderte y besarte los costados secos; romper tu perímetro social porque me harté. Me harté de encontrar tu nombre en el lomo de tu libro, en los organigramas y en los horarios. Arranqué todas las vocales estridentes que conforman este tu nombre. Pero me quedé con sus constantes consonantes resonantes, vibrantes. Como un juego abstracto y cacofónico de tu presencia en mis labios ansiosos. Porque te prefiero como un error gramatical a rimas y métricas perfectas. Los armónicos de tu sexo me dirigen de tu Norte y tu Sur, hasta tu centro; de mis ojos y manos, hasta tu núcleo, donde puedo jugar a ser el círculo dividido por tu secante, donde mi lengua pude fingir ser la tangente de tus gestos excitados.

Sí, mi moralidad también estalló. Estalló por esas las aristas de tus dedos con reminiscencias Tabladianas sobre mi espalda fría y por tus miradas imperativas y seductoras cual poesía mozárabe. Mira que mis piernas llueven, llueven jugo. Fueron esos tus ojos lúdicos que mordieron mi granada. Mordieron, escarbaron y renació mi clítoris. He sangrado mi verdadera virginidad apenas con tus roces.

Deja que coma de esos tus labios de frutas secas.

Deja inundarte en una copa de agua dionisiaca, transparente a ojos ajenos, y embriagante para esta mi boca que te bebe.

Deja que mi lengua sin palabras se vuelva la retórica de tu incertidumbre.