viernes, 18 de diciembre de 2009

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Al diablo...


Todo otra vez


Me mudé

lunes, 7 de diciembre de 2009

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Tú. Tajante, oclusivo, corto. Tú. Prolongado cuando los pliegues de mis labios se abren y osan pronunciarte. Tú. Inaudible en la ausencia de tu gravedad, de tu caída. De esa caída que nunca llega. Te encontré aferrado a los amarres dialécticos de tu cosmovisión, esa que en ocasiones logro quebrar… y caes. Tus fragmentos se resisten con esa maldita cohesión que aborrezco y se me entierran en la piel. Pero anoche tus labios fueron caos y principio. Te descompuse y arranqué de mi cuerpo todas tus fracciones esparciéndolas por el suelo. Te quebré y por primera vez le hice el amor a todo tu cuerpo…no… a toda tu irreverencia animal que tanto ahogabas. Ese deseo que emergía en ojos dilatados y en sudor cada madrugada que salías del mar de tu inconsciente. Pero ayer querido… ayer te escuché, sonabas a los decibelios que harían la tierra y el sol al chocar. Te escuché, caíste. Y no fue mi cuerpo impúdico en tu sofá cada mañana, ni los libros occidentales que me empeñé en amontonar sobre tu escritorio lo que te hizo romper, no. Fue el vestido, ese azul de terciopelo, que era menos que sugerente a un simple baile. Pero era el artilugio de mi piel que vestía el reflejo de un destello inventado. Igual que el azul del cielo, mero reflejo de algo ya existente y terrenal, no te dabas cuenta. Era el azul que los socialistas anhelaban tras la misma caída que sus pasos habían provocado. Era el azul inalcanzable de Bataille. No había belleza pura, no existía el ideal. Me tocaste y lo entendiste. No había más que deseo, carne, cuerpos… y lo sutil, lo intangible, el valor… no era más que mis piernas desnudas, el ente del reflejo que veías en el vestido, en tu ideología, en tu abstinencia… entonces caíste…
Te convertiste en el Urano nacido de mis entrañas, de mi caos, de mi azul, de mis palabras, de mis labios… Tú… continuo e infinito Tú.


lunes, 30 de noviembre de 2009

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Mi irreverencia estalló. Estalló aún más rápido que la escritura de un verso surrealista. Estalló, y dejó una mancha transparente en mi pubis. Ahora mis piernas se escurren a la orilla de tus pies, con ganas de subir y ahogarte todo el cuerpo.

Ya basta de mi vagina coqueta y púdica, ésta que quemaste con miradas y roces tácitos. Pero esos tus muslos como alas de ave apresurada. Atraparte. Escuchar la caída vehemente de tus pájaros en picada sobre mi entrepierna húmeda. Quiero leer la directriz de tu erección marcando tu orgasmo; morderte y besarte los costados secos; romper tu perímetro social porque me harté. Me harté de encontrar tu nombre en el lomo de tu libro, en los organigramas y en los horarios. Arranqué todas las vocales estridentes que conforman este tu nombre. Pero me quedé con sus constantes consonantes resonantes, vibrantes. Como un juego abstracto y cacofónico de tu presencia en mis labios ansiosos. Porque te prefiero como un error gramatical a rimas y métricas perfectas. Los armónicos de tu sexo me dirigen de tu Norte y tu Sur, hasta tu centro; de mis ojos y manos, hasta tu núcleo, donde puedo jugar a ser el círculo dividido por tu secante, donde mi lengua pude fingir ser la tangente de tus gestos excitados.

Sí, mi moralidad también estalló. Estalló por esas las aristas de tus dedos con reminiscencias Tabladianas sobre mi espalda fría y por tus miradas imperativas y seductoras cual poesía mozárabe. Mira que mis piernas llueven, llueven jugo. Fueron esos tus ojos lúdicos que mordieron mi granada. Mordieron, escarbaron y renació mi clítoris. He sangrado mi verdadera virginidad apenas con tus roces.

Deja que coma de esos tus labios de frutas secas.

Deja inundarte en una copa de agua dionisiaca, transparente a ojos ajenos, y embriagante para esta mi boca que te bebe.

Deja que mi lengua sin palabras se vuelva la retórica de tu incertidumbre.

domingo, 2 de agosto de 2009

Signos tácitos

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En este momento me harta la sintaxis y la poesía como amante recelosa; la abandoné por tus dedos en mis labios y en mi humedad; por tus palabras certeras, pertinentes, figuradas, oscuras, de sol, de alcohol, de tabaco, de morbo, de duda y en ocasiones de ritmos cubanos. No soy paz o línea recta, pero seré lo sublime y lo grotesco. Y no pretendo recrearte con metáforas elaboradas ¿para qué pintarte, escribirte o recitarte estética? Si moldeo tu cuerpo como escultura, a la medida de mis manos, de mi lengua, de mi sexo y de mi perversión. No eres mis ganas o mi reflejo, eres la arcilla atrapada en los dedos, el pincel en la mano y la palabra abstracta en mi mente; porque sólo contemplarte sería como suicidio matinal. Mis piernas febriles ya no te aguantan. Ven a curar mi frigidez, lo dudes o no, pero que sea pretexto. Ven ya, que esta noche te canjeo el ascetismo por hedonismo. No construyo puentes, pero te regalo ingeniería, ojos, manos, respuestas de acertijos, resolución de crucigramas y hasta la enmohecida fe que guardo dentro. Perdona la insolencia de mis gritos esporádicos y la vehemencia de mis palabras locas por tus apetencias. Te invito una copa y un domingo bohemio. No guardes los bongos ni el cencerro bajo la cama, que mis pupilas quieren probar tu música. Eres mi sinestesia. Si te vas a ir, llévate este mi vientre terco. Hagamos la situación tan sucinta como mi vestido de hoy. Te ofrezco el lecho de mis senos y el resguardo firme de mis brazos. Te regalo la fantasía de mi masturbación nocturna. Me resisto a abortar tu sabor de mí. Te ahorro los conceptos y las obligaciones preestablecidas, soy tu espacio y tu tiempo...

miércoles, 8 de julio de 2009

Café hirviendo

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Ya no sé si te estoy escribiendo de nuevo sobre los bordes del periódico, en los viejos programas de conciertos, sobre una etiqueta de alguna marca de cerveza, en los espacios blancos de la cajetilla de cigarros, en alguna piel ajena, quizá sobre mi pecho, o mi entrepierna húmeda…

El caliente líquido casi provocaba que me ardieran los labios. “El café debe tomarse hirviendo”, decía mi padre. Este vicio, que me calienta más la boca y la sangre que un buen trago de whisky, me recuerda la intensidad de tus mordidas de besos excitados. “Serías una pésima puta” me comentó alguna vez un buen amigo en un bar., “¿Cómo sobrevivirías si siempre andas por ahí con esas piernas tan juntas y tan sobrias?” terminó de decirme con el alcohol ardiéndole en el cerebro. Y la verdad es que el deseo de ir a buscarte y ofrecerme como ramera se me escurre entre las piernas. Las ansias de ti me sangran por las manos. El cenicero se ha llenado de nuevo y ni siquiera tengo tu mano compañera que por lo menos me haga creer por un rato, que ya no consumo tanto tabaco. No he escrito en un tiempo. Cinco días, la quincena pasada, un mes… Pero lo que me enferma es que no dejo de escribirte. Lo peor es que no se trata de recordarte o describirte, sino de inventarte. A diferencia de lo que le ocurría a Miller, yo agradezco no tener cerca una maquina de escribir cuando te voy componiendo, así puedo dejar que las letras nacidas de tus pupilas inventadas e invisibles se pierdan entre las inmensas plazas con extensiones de ágora, en los mercados ambulantes, en los campos abiertos o en los abismos de mi memoria. De esta manera te puedo olvidar cuando quiera. Así que no ha de sorprenderte si caminando el viento me delata haciendo caer en tu manos alguna granada o durazo con forma y sabor de mi vientre. Yo sembré su aroma con versos sin tinta, con tus adjetivos exactos, con tu presencia inventada, con las líneas de tu traje blanco, con tus manos al fumar, con tus piernas, con el olor a ti. Y todas estas cosas me golpean la mente mientras bebo de la taza.

Es poca la circulación de gente sobre las banquetas que rodean el Café, entre la calle 5º y la avenida con nombre de algún héroe patrio. Su nombre, sus apellidos y los acontecimientos que lo llevaron a convertirse en un signo de referencia dentro de una gran metrópolis, los saco de mi memoria y me los guardo en el bolsillo, junto con el resto de las indicaciones cardinales que descansan debajo de su nombre, como un mal epitafio. Así, me guardo tu historia, tu nombre con vocales resonantes y el perfil moral que mantienes en esta sociedad de la que me escondo. Pero cuando te encuentro en la arista de mis dedos, arranco tu nombre de esas placas metálicas, que con ojos de semáforo, ven pasar la rapidez de la efímera presencia de los conductores; arranco las letras que escriben tu nombre, de la portada de tus libros, de los organigramas y del reloj checador, para dejar de guardarte y rendir homenaje a tu cuerpo y tu nombre. De esta manera puedo tenerte cuando quiera. Así, todo lo que eres se vuelve parte de mi consciencia y no de todo un inconsciente colectivo. Todas las letras que no pronuncia tu nombre las hago mías. Sigo bebiendo…

Y puedo seguirte por medio de todas las espaldas que se parecen a la tuya, de los cuerpos con casi el tono exacto de tu piel, de otros nombres que reposan en silencio sobre placas metálicas o por medio de la sombra de viejos cuadros.
¡Las piernas me arden! El café se me ha derramado y su sabor es el que me lastima. Me levanto de impulso y arrojo a la mesa un puño de billetes que hacen más que pagar mi cuenta. Miento. No es que te olvide o te tenga cuando quiera. Simplemente eres tragos cortos o prolongados… o accidentes que arden… o las gotas que cae, perdiéndose de la mesa al suelo…


Pero sigo caminando, bebiendo… Bebiéndote sin probarte…

martes, 5 de mayo de 2009

Percusionista

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Sonidos con sabor a madera,
ecos bohemios con reflejo a tierras lejanas
y a nuestros campos ya tan andados,
destellos exactos
de tu sangre y de la mía,
de mi ferviente deseo
por poseer la belleza
de tus fuertes manos al tocar…

Melodías con olor a raíces,
y dedos húmedos que las alimentan,
golpes certeros, duros…
saben a expresión, a crítica y rebelión.
Notas que mantienen verdad,
tras el asfalto que nos pesa en las espaldas…

Música sin lenguaje exacto,
que ha de resonar eternamente
entre el silbido de la perpetua brisa,
y las vibraciones de los años de mi cuerpo.
Canciones con tonos delicados,
persuasivos, seductores…
sensaciones de las que me adueño…

Hoy tu presencia…
tu hermosa composición…
me trajeron el aroma
de naranjas frescas al caer,
y de océanos de cultivos frutales…

Sé que las efímeras letras se irán,
se borrarán, las tirarás…
Pero has de saber,
que tu exquisita música,
se quedo incrustada en mi piel…

Oh! mi bello percusionista de ideas,
de verdades y pasiones…
nunca he de olvidar,
nunca has de olvidar…

Tu imagen

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El tiempo jugaba
con tu estructura en mi cabeza…
con la vieja imagen fresca,
la descompuso…
la recreó…
la volvió metáfora,
alegoría, sueño, pintura,
mi palabra, mi retórica,
donde yo pudiese estirarme
y alcanzarla…
Pero en la realidad, en los días,
te fuiste entre los minutos...